Y resulta entonces que tú, que todos,hemos estado muertos desde siempre.

De la sucia mente de Davo | Día 8.7.13 | Acerca de:

Pediría tranquilidad pero no sé si la merezca o la soporte. Ya no tengo dudas de que este ha sido, hasta ahora, el peor de los años. Hoy, después de un largo abandono, he vuelto, y, aunque muchas cosas han cambiado, todavía viven esos elementos que siempre fueron la columna vertebral de los Días: la frustración, los deseos incumplidos, el vacío, la falta de talento para existir. ¿Viven? Llegó un momento en el que me incomodaba saber que no protagonizaría ningún relato interesante, que no tendría algo que hacer para matar el tiempo y otras cosas. No sé por qué llegué a creer que necesitaba algo; ya sabemos que debe tenerse cuidado con lo que se desea. Al final del día, sí viví; viví a medias.

Ya me he convencido de que no todos los días llegan, porque llega el día en que no es necesario vivir toda la vida para saber que hay cosas que nunca sucederán: il buongiorno si vede dal mattino (por nonagésima novena vez). Creí que haber pisado un charco de mierda y haber salpicado a alguien había sido suficiente, pero los dioses de la selva se encargaron de burlarse de mí cruel, cruelmente. Me ofrecieron algo que nunca se me había ocurrido pensar: un respiro, unas horas de adolescencia, de esa adolescencia que jamás creí que tendría, esa con los suficientes defectos... Pero nada. Me lo quitaron de tajo y súbitamente, me dejaron lamer lo que no podría comer. Recuerda que ni esto ni nada parecido es para ti. ¡Qué cojudez!

Pasé varias semanas dándole vueltas el número de veces que es necesario darles vueltas a las cosas que hay que darles vueltas. Es una suerte que, cuando uno se siente mal, todavía exista, aparentemente, una vida con la cuál seguir. El tiempo todo lo disminuye, pero es incómodo vivir con asuntos inconclusos a cuestas. El curso de las cosas, a la larga, me enfrentó a una despedida que me me terminó de golpear; pude hablar de lo que tenía que hablar y, aunque nunca entendí tu filosofía sádica y supe que te estabas engañando (o eso quise creer), tomé la decisión más sana, asentí, acepté un abrazo y nos marchamos. Nuestros mundos son tan distintos que nunca se volverán a encontrar.

Hasta entonces creía merecer algo mejor, pero nunca se es víctima demasiado tiempo. Uno, inesperadamente, se topa con esos días en los que todo es re inocuo y, sin llegar a un verdadero punto de inflexión, de pronto se tropieza. Nunca se sabe. Nunca se tiene certeza sobre el porqué de las cosas. Casi podría jurar que ensucié mis pantalones en el mismo charco de mierda, pero jamás nada sucede igual dos veces, ¡qué consuelo! Ya no hubo salpicones, pero, de nuevo, no podía explicar nada.

Ahora que la suerte se escapa de mis manos, la única culpable soy yo. Bueno, eso no puede ser justo; tal vez lo sea en mí, ahí donde yo mismo me traicioné, pero no lo es allá afuera. Allá todos deberían tomar su parte. En fin. A pesar de que haya un poco de infierno en los demás, no puedo evitar avergonzarme. Es muy triste todo: no entender mis porqués ni mis paraqués y, máxime, desconocerme.

No puede ser fortuito, gratuito ni azaroso haberme reencontrado con este lugar. Siempre he pensado que tiene una función y aunque ya he borrado o editado todo lo que ya no tiene razón de existir, porque ya ha servido, me ha gustado volver a ver una parte de mí que hace mucho no veía. No ha cambiado mucho si miro hacia atrás; recordar hasta puede provocar sonrisas, aunque sea un ejercicio sin ninguna utilidad práctica.

Hoy ya no me quiero o, al menos, ya no me creo cuando me lo digo.

Paradójicamente, llega el día en que te das cuenta de que no todos los días llegan, por mucho que los esperes. Es una pena, Carla, querida. Es una pena, Max, cariño. 

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